domingo, 27 de junio de 2010

Buen día

Subo la escalera del subte de manera apresurada, casi tosca, con sobrecargo de mochila y los minutos corren mejor corré. Veo librería, recuerdo compra pendiente, paro freno, pregunto ahí al vendedor. Tiene los dos libros que busco, qué mala noticia, ahora tengo que tomar lo que pedí y el tiempo aun corre y yo frenada en la librería. Pero qué alegría, los libros, estos dos libros, al fin.
Saco nylon de libros, controlo edición muy bien, encuadernación muy bien, gracias vendedor, pase por allí, pague por la caja. Bien.
En la caja una breve cola de una persona delante, un hombre. Escucho la conversación entre el-hombre y el-chico-de-la-caja:
Hola buen día, dice el chico de la caja y recibe el libro que el hombre tiene en mano, un buen día que alarga las horas de luz cuando ya estamos con los faroles encendidos. El hombre dice que por el momento es un buen día, pero que no sabe luego. Y ahí decido intervenir, le hablo al hombre, le digo que si es un buen día por el momento pero el momento es casi cuando está por acabarse el día, eso habla de un alto porcentaje de buen día y por lo tanto se puede dar por satisfecho, Sr. El chico de la caja echa mirada-sonrisa, el hombre gira hacia izquierda su cabeza y cuerpo, me ubica, y detrás de sus anteojos se le achinan los ojos y se forman arrugas y la cara produce una sutil breve sonrisa que acompaña un pensamiento que casi puedo ver-escuchar.
Terminada la transacción, el hombre se retira, chau al chico de la caja, chau a mí, la chica.... pedagoga de lo cotidiano me sentí, le expreso con exageración de gesto al chico de la caja, que ahora sonríe mostrando dientes blancos y observo su piel bastante delicada y no por eso poco masculina y su cabello largo mediano atado con colita corta.
Y decime, hay algún descuento, un descuento por que sí, le pregunto. El chico de la caja dice que no, luego se retracta, dice que hay descuentos para jubilados estudiantes y docentes. ¡Soy docente!, grito como si hubiera sacado línea en el bingo de Congreso y paso a darle los datos que me pide. Y aunque espero que lo haga, no pregunta nada de mí, ni dónde soy docente, ni ningún etcétera, supongo que mi desenvolvimiento escénico bastó para que me crea, o para no necesitar más preguntas. No más preguntas. Y yo sigo ahí, contenta y apurada-frenada.
Pago el total, me doy cuenta que aunque se acerca es una suma menor a la que me acaban de pagar por un trabajo de esa tarde y siento la felicidad del resto.
Pregunta si es para regalo, le digo que no, pone libros en bolsa de papel y me la entrega, entonces mira a mis ojos para concluir con su texto, y que lo pasado tenga sentido, y que seamos los dos protagonistas de esta breve-brevísima obra, que concluye ya: Que tengas buen día, dice él, y yo sonrío cómplice.
Regreso al trote de la avenida.
Oigo caer el telón.