domingo, 6 de febrero de 2011

Isla del Sol

Escucho el lago que se mueve, las carpas quietas a lo lejos, algún que otro transita el relieve, mochileros, cholas con ovejas, el sol acaricia suave, va y viene, mi cuerpo abrigado, no siente frío, ni prisa, ni hambre. Algo se detuvo.

Un niño pasa arriando unas vacas, me mira, lo saludo, gira su cabeza hacia adelante, antes de perderme detrás de las rocas, mira de nuevo, lo saludo entonces otra vez, él gira y mira hacia adelante, jugando con su ramita con la que toca su ganado.

Enseguida, por otro pasillo verde, pasa una chola, pollera ancha celeste, con tres ovejas, sacude también una ramita con hojas verdes, caminan todas al mismo tiempo.

Un par de canarios revolotean por detrás, con ese juego de alas-caída-en-picada, como cuando niña nadaba con esfuerzo para luego dejarme mover por el impulso ya dado, brazos fijos a los costados pegados al cuerpo y esa sensación de velocidad y avance rápido tan excitante, como volar. Los canarios juegan a lo mismo, pero de a dos. Qué bello puede volverse todo, de a dos.

Este silencio de voces humanas me da oxígeno. Cuánto necesitaba el blanco el agujero el vacío la nada. No puedo sin eso.

Fiebre:

Tengo tan caliente el cuerpo
que mis lágrimas
al resbalar
dejan un camino de frío.
Tengo frío.