jueves, 15 de octubre de 2009

Derivadas

En la ciudad húmeda no oyen ningún paso, quietud, pegoteo de las horas, transpiración de cementoraíces, pocos autos. Uno al lado del otro, miradas que no se cruzan.

Ella camina apretando los dientes, sin rechinar. Cuenta todo lo que puede seriar: líneas de las baldosas una; dos; tres, cuatro; ventanas en el edificio una; dos; tres; cuatro; cinco; seis; siete, ocho. Cruza la calle, pierde la cuenta, ya no cuenta. Casi asoma la mano para cuidarlo, frena el impulso, decide no hacerlo. Nada de amor, ninguna demostración, el brazo no tuerce. Imagina su cerebro como máquina de escribir, cierra los ojos para hacer la imagen más nítida, frunce la cara, breve segundo. La vida. Cinta transportadora, espero no estar moviéndome sin avanzar hacia ningún lugar. Lo imagina cayendo en la vereda, pie en pozo se tuerce, cae, pocos reflejos, manos en el piso, nariz golpe, sangra. No, irreversible, no quedaría amor ya ni para este enojo. A ver… su ojo… Extrema el movimiento ocular sin giro de cabeza, ojo que no ve corazón que no siente, qué frase idiota. No sabe cuántas cuadras caminó el tiempo ya. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Yo no freno, que haga su show, a ver en qué espectadora me convierto. Muerde su labio, siente los dientes fríos por el agua helada que bebe cada vez que su mano lo desea, placer del movimiento. La vida es movimiento. Sin emitir sonido, le habla desde su máquina con todas las letras. ¿Por qué no armas una de tus dos versiones, eh? ¿Por qué no te actualizas, eh? Le sube un calor por el cuello cabeza brazos manos, ganas de golpear. Qué civilizada soy, no hago lo que deseo. Huele aroma a jazmín. Un placer efímero la recorre, esboza escondida sonrisa. El olfato es sensato, rima. Levantados del suelo, vueltos bípedos, mantenemos nuestra animalidad, hipotálamo que no traduce, sin re-presentación, esa presencia me toma. Vuelve a su enojo, siente que se distrajo, frunce el ceño, se siente ridícula en la escena que nadie ve, que él no mira. Trata de ser normal. Camino normal. Común. Como si nada. Como si nada. Como si… Basta, dejame libre, silencio, callate voz, callate, yo callate! Un hombre solo camina en dirección contraria, se cruzan, también las miradas. Ella juega con disimulo. Cada juego tiene su costo en esta kermés. Quiero jugar al tango, como aquel día, sin palabras nos conocimos. ¿Si lo invito de nuevo? No. Siente tristeza, nostalgia acorde al baile que imagina, sus pies siguen la marcha militar de su descontento, no hay danza. Siente el deseo de las ganas de llorar. Busca imágenes cada vez más tristes, esfuerza las aletas de la nariz intentando empezar por el final: camino por esta misma calle, pero sola, sola sola, perdida, en otro país, nadie a quien acudir, duermo en la entrada de un banco cerrado porque es domingo, las bolsas revolotean sucias, dolor de cuerpo alma hambre. Nada. No hay lágrima. Ni llorar puedo. Piensa en el tango, el salón le da un lugar. Para seguir al hombre, la mujer debe poder apoyarse en el hombre, sin que sea demasiado, un apoyo como caricia, sutil, el hombre sostiene a la mujer y la mujer se deja llevar. Giro abrupto de cabeza, mirada fija escrutadora al perfil de él, que camina. Me sostenías. Me abrazabas. Me dejé llevar. ¿Y ahora qué se hace con los pasos dados? No le dice nada. Si me toma la mano, lo dejo. Se la tomo. No, la dejo ahí tomada, no se la tomo. Qué acto asqueroso. No la va a sostener ni dos minutos. Y si la deja caer, la dejo? No. Qué escena horrible, me dan ganas de llorar! No, ni llorar puedo. Bebe más agua. Botella vacía. Juego con botella. Sin mirarla se la arroja de mano en mano. ¿Cómo es posible que la agarre sin mirarla? ¿Soy hábil? ¿Será la energía, la electricidad, la inercia? Qué importa. Lo mira, esta vez, con una pausa en el tiempo. Deja de caminar. Aun así, quiere mantener la pulcritud del silencio. No derribar el parapeto de las palabras calladas. Frena su andar, brazos a los lados, como muertas banderas sin flamear. Mirada fija, no hay horizonte, hay más edificios. Ella escucha. “Me encanta caminar con vos, siento tanta libertad en este andar despreocupado, como si te conociera de siempre y supiera todo de vos, tanta tranquilidad me da tenerte a mi lado!”, la abraza con una calidez masculina, sincera, incomprensible para ella. No entiendo nada. Quisiera ver mi cara en un espejo ahora que está aplastada sobre su pecho. ¿Cómo se transita este abismo? “¿Seguimos caminando un rato más?”, propone él sin esconder su sonrisa. Claro.
Siguen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no se si puedo comentar, pero me gusta mucho el relato. es gutural, sincero, descriptivo, vertiginoso y pasional. termina como las cosas no me gusta que terminen, pero a veces asi. asi, como idos, con la cabeza ida. adonde va uno cuando la cabeza se le va? a ese lugar va el relato y termina justo a tiempo. y a vos, Soledad, que te pasa con este relato y que paso despues de apoyar tu cabeza en ese pecho fisicamente cuando ya sabias que la querias mas bien apoyar en la almohada?