sábado, 26 de septiembre de 2009

CELOFÁN II

No me canso de mirar el celofán,
como no me canso de mirar a los ojos,
a un par de tetas, en un tiempo me canso.
Recuerdo que jamás sentí los pechos de Mikage, aun así los extraño.
Hay tantos modos de hacer con esas ausencias.
Los dedos dictan, la vida sigue.
A veces hay puntos y comas, a veces no.
Subir, cuesta. “Subir la cuesta, cuesta”, estaría mal dicho.
Me doy cuenta que entré en un laberinto sin parapetos, de una arandela a otra,
desprevenido, manos en el aire temo caer, destrozarme.
Algunas cosas afectan mi sensibilidad.
Escucho mi voz me hablo me repito, me me me, una vaca habla dentro en mí.
Fastidio.
Me detesto, me desgarro, rompo destrucción de mi ropa a gritos como si me picara un ejército de pulgas.
Me detengo pronto, firme.
Suena aun el grito que ya no está en el aire, flota.
Quieto, parado, la cabeza gira hacia ambos lados, secuencia.
Otra vez silencio, nada ha pasado aquí.
Señores, no hay nada que mirar, sigan rumbo a sus casas, nada ha pasado aquí.
Esto no es grave, ni es gracioso, no es.

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