viernes, 18 de septiembre de 2009

La claridad del día siempre nos muerde los pies.

Constantes intentos por escapar a la vecindad.
Percibo tu mano y sus anillos deslizarse por mi espalda hacia dentro.
Y nos contemplamos. Nos adivinamos.
Tu nombre, el mío, son alaridos-ausencia en aquel instante,
encapsulamientos, ficciones
que intentamos agarrar.
Nos nombramos para ubicar algo en algún sitio no sabemos dónde.
Por eso nos reímos tanto, siempre, algunas veces, sometimes.
Y nos tocamos sin parar, sin poder.
Y hasta puedo acercarme y preguntarte sin decir,
¿Qué hay allí?
¿Qué ves allí?
¿Cómo se siente?
Ya me encuentro desposeída de mí.
Dependo de tus dedos–palabras y de tus palabras-dedos.
Tocame, sí, tocame.
Y tu voz aparece bruscamente en mi murmullo interno.
Tus gemidos de palabras, de ausencia, de locura.
Dolorosos gemidos de amor que ronronean la pregunta eterna.
Vos, dogmático escepticista.
Levanto los párpados. Estás allí.
Otra mano hace girar la calesita nuevamente.
Ahí vamos.
Viento, velocidad.
Se reinicia.
O continúa,
que es lo mismo.

No hay comentarios: