sábado, 22 de agosto de 2009

MI AMIGO DALMIRO

Mi amigo Dalmiro es tan cercano que a fuerza de años se convirtió en una parte de mí, y llegados a este punto, debo mencionar la cadena en el tobillo: no sé cómo sería la vida, mía, sin él.

Dalmiro pasa a buscarme por mi casa, dos horas más tarde del horario propuesto inicial, porque los dos cada uno tenemos nuestras mañas manías agudizadas en la soledad de la propia casa, y los proceso se tornan largos, pero hay encuentro, y eso nos emociona cada vez.

Toca timbre brusco, menciona mi nombre completo, siempre me da risa y siempre me asusta oírlo.

En su auto azul podemos jugar a ser cada uno el más fiel a sí mismo que está a la altura del mezclarse con otros.

Así es que cuando salgo con Dalmiro me puedo vestir con todo lo que no logro cuando es con cualquier otro del que aún espero aprobación: pollera verde tiro alto, camisa a cuadros estilo cow-boy turquesa y negro, medias panty con fantasía, chaleco rojo, botinetas naranja brandy, aros de Cleopatra grandes, pelo suelto, saco pana marrón cereza.

Y camino media cuadra hasta donde está estacionado y hace juego con las luces, me subo al auto, hago chiste sobre algún detalle de su vestimenta como pueden ser unos náuticos que resisten al cambio de la adultez con mejora/aparición del criterio estético, a la vez que él exagera mi perfume al extremo de olor a tía vieja.

Nos reímos a carcajadas, así, cada vez.

También cada vez bromeo sobre sus problemas de registro de su propio cuerpo, alto flaco eterno tosco el mundo debe ser diferente desde ahí, y él ironiza acerca de mi incapacidad para aceptar los límites del mío, de los otros, y de los buenos modales y costumbres.

Dalmiro se ríe cabeza inclinada mentón casi en pecho movimientos rápidos cortos secos de cuello y sonido interno que termina en alarido fugaz, me mira, con esos ojos encuadrados marco negro, en sacudida corta de cabeza negación de lado a lado, labio inferior agarrado por dentadura maxilar superior, qué bueno qué lindo no lo puedo creer.

Sí, a veces es demasiado ser una parte del otro.

Con Dalmiro nos sentamos en algún bar, lado a lado, para no obstaculizarnos la mirada del entorno, los que pasan, los colores, rulos, tetas, carteras, hombres y mujeres. Y nos hablamos, nos contamos cosas y hacemos un juego de circo con cuchillos que vuelan rápido y se clavan bien.

“Vos te anotas todo porque tenés la memoria cagada, ¿no? “
“Sí”.
“Hoy se fue de mi casa Julieta, a visitar a su familia en el interior. La sospecha de no soy todo para ella me hizo pasar un mal día. La sospecha siempre está.
Ella me dice ahora que se ve gorda. Entonces yo la veo gorda. Pero yo sé que no está gorda. No es gorda. Ella se ve gorda y eso se transfiere.
Vos recordá que siempre estamos en dos niveles: vos estás al nivel de lo femenino y yo de lo fálico. Puedo entender el goce de la lectura, pero no el goce con la escritura.
Percibo en vos una nueva escritura, como una nueva economía del goce, distinto”.
“¡Pero Dalmiro! Nadie se caga a voluntad.
Y resulta que él me demandó un permiso para llamarme y yo le pedí a su vez algo más: que me llame sin pedirme [permiso]”.
“Zoe, tenés que darle más crédito al imaginario del otro.
Los hombres pedimos cosas que se pueden dar: tirame la goma, vamos a ver a mamá, ¿vamos a Córdoba el fin de semana? Las minas piden cosas rarísimas.
El amor es el peor cáncer: impide todo duelo. Se viene al mundo a perder cosas, pero el amor no lo permite”.
“¡Qué terrible que te guste alguien! ¿Qué hago con esto?”
“Un gesto simple, sin pretensión de poesía, ¿crees que podés hacerlo?”
Un… ¿quiero-verte? Sí sí, ningún Haiku de Borges”.
“Si no hay deseo, no hay nada que hacer. Pero si hay amor, no tenés que espantarte”.
“En el amor: hay que tolerar que el otro te pida. Aunque no le des”.
“Y al final no es tan complicado, como tampoco lo es soportar la insatisfacción”.

Me tomo la cerveza que pide, cada una de las tres. Seguimos sentados espaldas apoyadas sobre misma pared, nos sostiene lo mismo.

Dalmiro ya quiere irse, te espero arriba. Hago panorámica final, saludo a amigos conocidos desconocidos y a algún rulorulón por ahí.

¿Es tu novio? No. Es una parte de mí. Se veía una conexión especial. Sí. Bueno, chau, qué lindo, qué gusto, nos vemos.

Queda un resto, un deseo de nos vemos, no sé quién sos, me quedaría, pero ya es hora de partir, regreso al auto de Dalmiro, relato escena de rulorulón, le gustaste al pibe, no, le gusté a todos, no-todo, le gustaste a uno, eso ya es mucho que soportar y vos querés gustarle a todos. ¡Límite Zoe, no-todo!.

Y me río a carcajadas porque sé muy bien que cada vez que (1) mojo mi dedo gordo del pie en el agua del charco que está cruzando la raya, mi amigo Dalmiro sucumbe a una catarata de excitación alegría sacudida de pecho amor, cómo te quiero.

Nos queremos.

(1) con extrema intención y fanático determinismo


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